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Un racismo que viene de arriba, por Pierre Tevanian y Sylvie Tissot.
  Acerca de la fabricación política, mediática y académica de un consenso anti-inmigrantes 


Las siguientes lineas son tomadas del “Diccionario de la lepenización de los espíritus”, publicado en 1998 y reeditado en mayo del 2002 en la editorial “l'Esprit frappeur”[i] . Es con gran tristeza que constatamos, más de diez anos después, que no sólo no ha perdido su pertinencia, sino que en cierto sentido es aún más cierto hoy, al día siguiente de una primera vuelta presidencial que ha visto un enésimo triunfo, eminentemente previsible, de la extrema derecha abiertamente racista. Les dejamos a ustedes ser jueces de la actualidad de este análisis – y, es de temer, de su futuro, ya que es cierto que la historia, cuando nos negamos a aprender de ella, tiende a repetirse.


El esquema es antiguo, heredado de Platón: por un lado habría la plebe, el “bajo-vientre” del cuerpo social, y por el otro l*s filosof*s-reyes que formarían la cabeza. Por ejemplo, l*s defensores de las políticas de inmigración llevadas a cabo desde hace veinte años continúan mostrando su “razón” e invocando las “emociones” y los “temores de l*s franceses”. Dicen que están “a la escucha” de las “emociones populares” con el objetivo de contenerlas – la frase, glacial, es de Lionel Jospin. Finalmente, sostienen que hacer oídos sordos a las "preocupaciones" y a las "peticiones de firmeza" de la "opinión" es "favorecer los intereses del Frente Nacional." Ante estos discursos trillados, hay que oponer una hipótesis totalmente distinta: ¿y si el racismo viniera de arriba? ¿Y si fueran las “respuestas razonables” de las élites las que generaran las peticiones xenófobas ?

 

Los resultados electorales confirman esta hipótesis: las regiones más afectadas por el voto al FN no son aquellas en los que hay más inmigrantes o extranjer*s, sino que a menudo son aquellas donde los electos han rivalizado en demagogia y xenofobia con el FN.


En particular durante los años 1980 y 1990 se ha vuelto cada vez más frecuente culpar a los extranjeros del desempleo, la delincuencia y el déficit público, profetizar la invasión, el fin de la República o el "choque de culturas", fantasear sobre África, la poligamia, el velo islámico o los "guetos suburbanos" y defender la "identidad nacional", el "derecho de sangre" o la “preferencia nacional”.  Son los Presidentes de la República y los primeros ministros, de todas las tendencias, quienes han lanzado un llamamiento para "reemplazar la mano de obra inmigrante por una mano de obra nacional", y quienes han hablado de "invasión", de "umbral de tolerancia superado" , de "sobredosis de inmigrantes” o de “preguntas acertadas del Frente Nacional”. El hombre que se quejaba del ruido y del olor de l*s inmigrantes ha acabado por integrar el Elíseo[1][ii]

 

Esta banalización de los estereotipos racistas o xenófobos también se debe mucho a l*s que producen la opinión pública, los principales medios de comunicación. En efecto, l*s periodistas, editores e intelectuales de los medios de comunicación aportan a estos estereotipos la apariencia de profesionalismo y respetabilidad moral que les falta, lo que el mundo político no consigue aportar, siendo en gran medida desacreditado. Las declaraciones de Jean-Marie Le Pen lo demuestran, por ejemplo, cuando invoca la autoridad científica de Jean-Claude Barreau, ex-presidente del consejo de administración de la INED (Instituto Nacional de Estudios Demográficos) y asesor especial, primero de  François Mitterrand y luego de Charles Pasqua y de Jean-Louis Debré:

"Según los especialistas, en treinta años han entrado en nuestro país más de 10 millones de extranjer*s, entre l*s cuales 5 millones de musulmanes, y hoy se cuentan más de 6 millones de legales y 1 o 2 millones más de ilegales". [iii]

 

Por mucho que todas las estimaciones serias (por ejemplo, las de la Oficina Internacional del Trabajo) evalúen a 300.000 l*s sin-papeles, ¿qué podemos responder a Le Pen cuando el  presidente de la INED da razón a sus fantasías de invasión ?

 

Es cierto que, después, los discursos se calmaron un poco: se hablaba un poco menos del  supuesto "problema de la inmigración", y las declaraciones más abiertamente insultantes o degradantes se hicieron menos frecuentes en el ámbito político y mediático. Por ejemplo se culpó menos a l*s “inmigrantes” de ser responsables del desempleo o del déficit  público[iv] [3]. Sin embargo treinta años de lepenización no se borran en dos años, y se cogieron algunas costumbres que no se irán por sí solas.

 

Debemos rendirnos a la evidencia: la "batalla del vocabulario" tan apreciada  por Bruno Mégret fue ganada por el Frente Nacional y perdida por l*s demócratas.

 

La batalla del vocabulario

 

Bruno Megret siempre ha concedido una gran importancia al vocabulario. Cuando todavía era  miembro del Frente Nacional, daba a l*s militantes listas de palabras que deben decirse y otras que es mejor evitar (por ejemplo: no hay que decir "las asociaciones anti-racistas", sino "el lobby de la inmigración", o también: no hay que decir "los árabes al mar", sino  más bien "hay que organizar el retorno de los inmigrantes del Tercer Mundo a su país"). Él mismo explica el 16 de junio de 1990 en el periódico Présent:


"Nuestra estrategia de toma del poder implica una batalla del vocabulario (...) Cuando hablan de identidad, de libanización, de clase político-mediática, cuando utilizan términos tales como el establecimiento, el cosmopolitismo, el pueblo, el totalitarismo latente, los hombres de la calle, l*s periodistas y l*s polític*s entran en nuestro campo léxico. "

 

Más de diez años después, a pesar del regreso del crecimiento y de la fragmentación  del Frente Nacional, han habido pocos cambios a nivel del vocabulario: la mayoría de l*s líderes polític*s y escritores de editoriales, y un número significativo de periodistas e investigador*s han adoptado sin darse cuenta un léxico que siempre tiene por efecto distanciar al/a la extranjer*. Por ejemplo,


- al hablar sin cesar de "las preocupaciones de l*s frances*s", excluyen de nuestro campo de visión a los cuatro millones de extranjer*s residentes en Francia;
- al oponer "frances*s e inmigrantes", sugieren que un* inmigrante no puede ser realmente francés-a cuando de hecho casi un tercio lo es, sea por naturalización o por matrimonio con un* francés-a.

 

La misma palabra "inmigrante" funciona, en el debate político, como una categoría racial, porque se nombra así a algun*s niñ*s de origen africano o magrebí que nacieron en Francia - y que por lo tanto nunca han emigrado - y por el contrario a un-a ejecutiv* alemán o american* que llega a Francia nunca se le llamará "inmigrante" - por lo menos si es blanc*. No todo el mundo va tan lejos en lo absurdo como lo hace el "experto", Jean-Claude Barreau, que se atreve a hablar de “inmigrantes nacid*s en Francia”[v], pero el uso de la palabra inmigrante como categoría racial se encuentra en una expresión ahora común, "inmigrante de segunda generación". La inmigración ya no es un acto que se realiza, sino el estigma que se transmite de padres a hij*s.

 

Una batalla semántica importante también tuvo lugar sobre el nombre de l*s inmigrantes en situación irregular: se necesitó más de un año de lucha para que en los principales medios de comunicación, l*s "clandestin*s" se convirtieran en sin-papeles. Fue en este contexto que fuimos testig*s de algunos cambios sorprendentes: por ejemplo, vimos a dos famosos universitarios de   izquierdas denunciar  la connotación "criminalizante" de la palabra "clandestin*s" y algunos años más tarde los hemos visto utilizar esa misma palabra para justificar las leyes Chevènement, que mantuvieron lo esencial de las leyes Pasqua [vi]


De manera más general, el nombre dado a la lucha de l*s inmigrantes a menudo manifiesta una fascinación
por sus orígenes lejanos y una total indiferencia hacia los objetivos y problemáticas de su lucha: se ha hablado más a menudo de  "los malienses  de Vincennes" o de los "Malienses de la Nueva Francia", que de personas viviendo en residencias o hogares precarios. Sólo "los africanos de Saint Bernard" lograron imponer un nuevo nombre: sin-papeles.

 

Otra gran batalla se ha librado en torno al velo islámico, rebautizado "velo" o "chador". Estos juegos de lenguaje han llevado o contribuído a una terrible confusión: ahora, para much*s, un simple trozo de tela evoca el integrismo iraní o afgano, cuyas exacciones se encuentran regularmente en las principales noticias de los telediarios. Algun*s intelectuales, incluso, han mantenido la confusión al hablar de velo "islamista". Otr*s simplemente han equiparado el  velo con el terrorismo, el fascismo y el nazismo, o han afirmado que la escolarización de algunas chicas con velo marcaba  el advenimiento de un "modelo de integración de color talibán"[vii]. Finalmente el miedo ha sido mantenido por los principales medios de comunicación, e incluso la prensa de la revistas que se dicen moderadas : en el inicio del curso escolar de 1989, y luego de 1994, los quioscos estaban cubiertos con imágenes de mujeres con chador, con títulos amenazantes :


  "El fanatismo : la amenaza religiosa"

  "La ola islamista en Francia"

"El complot. L*s islamist*s nos estan infiltrando"

"El pulpo islamista" [viii].

 

Por lo tanto, no es de extrañar que, en nombre de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se haya puesto en marcha en muchos medios de comunicación franceses, una gran campaña de denigración y de estigmatización del Islam bajo todas sus formas. La noción sumamente vaga de "nebulosa islámica" ha permitido la reaparición de las amalgamas más burdas: toda la comunidad musulmana se ha tenido que "explicar" sobre su relación con Oussama Ben Laden, los barrios populares han sido estigmatizados, los controles de identidad racistas motivados por la apariencia se han multiplicado y en varias portadas de diarios, como la del Point y la del Nouvel Observateur, se ha vuelto a asociar la imagen del chador con la palabra Islam:

"El Islam: el momento de la autocritica"

- "Islam y terrorismo : la verdad"

 

El temor al- a la inmigrante es también omnipresente, implícitamente, en los múltiples discursos  cautivadores que apelan a la "razón" o "moderación", y  que denuncian la "irresponsabilidad" de ciertas reivindicaciones como la regularización de tod*s l*s sin-papeles, el derecho al voto para l*s extranjer*s o la igualdad total de los derechos sociales entre frances*s y extranjer*s. En efecto, al hablar de irresponsabilidad, estos discursos sugieren que existe un peligro asociado a la presencia de l*s residentes extranjer*s, o por lo menos en el reconocimiento de sus derechos - sin decir nunca exactamente de qué peligro se trata.

 

Otro tópico que mantiene el temor y el rechazo: la asimilación de la llegada de l*s nuev*s inmigrantes con una afluencia de "toda la miseria del mundo", lo que oculta toda la riqueza producida por la explotación de l*s trabajador*s inmigrantes. Una reciente circular oficial es bien explícita respecto a ello: alienta a las prefecturas a rechazar los permisos de residencia a los padres y a l*s cónyuges de ciudadan*s frances*s o de residentes regularizad*s, es decir, a separar a las familias, y por lo tanto violar el Convenio Europeo de Derechos Humanos, alegando que el atentado  contra la vida familiar "no es excesivo" en relación con el "objetivo legítimo" que es "proteger el bienestar económico del país".[ix]

 

A la mirada malintencionada o despectiva sobre el-la inmigrante se opone una mirada más-complaciente-imposible con las políticas de inmigración. Y al lenguaje brutal, e incluso grosero, se opone un lenguaje suave y eufemístico: se dice que "enviamos a su casa" a l*s expulsad*s, mientras que su casa está en Francia y que estamos echándolos de ella - y se utiliza la palabra "reconducir", que evoca más las alegrías del regreso a casa que el dolor del destierro.
Muchos otros tópicos merecen un análisis critico, especialmente :

 

- la tenaz mitología colonial que impregna el discurso mediático y político sobre los barrios populares, concebidos como "zonas sin ley" por "reconquistar";

- las metáforas biológicas como la "asimilación" o el "umbral de tolerancia", que legitiman las reacciones racistas, haciéndolas aparecer como reflejos defensivos del "cuerpo social" - rechazando el alimento demasiado diferente (inasimilable) o demasiado abundante (en exceso).

 

Un consenso de consecuencias graves


También habría que cuestionar las razones de esta deriva: a menudo son las creencias, pero a veces también el cálculo político a corto plazo o el desesperado deseo de aparecer cerca del pueblo - o aún más, el placer infantil de hacerse notar desafiando lo "políticamente correcto ". Por no hablar de la simple incompetencia y de la falta de sentido crítico ante los tópicos o las cifras fantasiosas soltadas por l*s demagog*s sobre l*s inmigrantes.

Este último punto es importante: desde hace dos décadas, ha habido a menudo, entre l*s periodistas de la televisión o la radio que recibían complacientemente a l*s líderes de la extrema derecha, un silencio con efectos simbólicos temibles. En efecto, quien calla otorga: al no mostrar la contradicción cuando una cifra falsa se presentaba, o cuando se anunciaba un argumento falaz o cuando se pisoteaba la ley contra la injuria racista, a menudo l*s periodistas han dejado que las mentiras aparecieran como verdades, que unos sofismas aparecieran como argumentos y  que unas declaraciones ilícitas apareciesen como opiniones respetables.

Las motivaciones pueden ser diversas, pero cualesquiera que sean, siempre corren parejas con una profunda indiferencia o un desprecio profundo hacia l*s inmigrantes, y siempre conducen a las mismas consecuencias: la banalización y la legitimación de la violencia racista, ya sea verbal o física, individual, colectiva o institucional. Y como las palabras engendran actos: el cambio de discurso produce un cambio en el clima, dando lugar en tod*s aquell*s que no tienen cuidado un cambio en la percepción y por lo tanto también en el comportamiento. Provoca por ejemplo reflejos de  preocupación o de desconfianza cuando un hombre joven y moreno entra en un metro. Del más  mínimo problema de vecindario o de la más mínima altercación, crea un psicodrama vivido como un "choque cultural", y por lo tanto facilita las injurias, la agresión e incluso el crimen racista.

 

La lepenización del discurso político y mediático también se traduce en una lepenización de las   prácticas administrativas: en las ventanillas de las prefecturas o de los servicios sociales se ha desarrollado una actitud sistemática de desconfianza hacia l*s extranjer*s, a veces acompañada de delación [x].
Finalmente la lepenización afecta al derecho mismo[xi]. En veinte años, l*s resident*s extranjer*s han perdido un importante conjunto de derechos, mientras que aún quedaban muchos por conquistar.

Especialmente :


el derecho de asilo político (la gestión por el Ministerio del Interior y la aceleración de la revisión de los expedientes se ha traducido en restricciones draconianas sobre el número de solicitudes aceptadas);
-  el derecho a la reagrupación familiar (se han establecido condiciones cada vez más estrictas);
-  el derecho al permiso de residencia (el de pleno-derecho se ha perdido para ciertas categorías de extranjer*s que beneficiaban de éste, y las garantías de no ser expulsad* se han suprimido por el uso incontrolado (al ser incontrolable) de la derogación por razones de "orden público ");
- el derecho a un juicio justo para los actos de delincuencia (perdido a causa de la doble pena, aplicada cada vez de manera más sistemática).

Para hacerse una idea del camino recorrido, hay que recordar que en 1978 el Partido Socialista apoyaba el derecho al voto para l*s resident*s extranjer*s en las elecciones locales, la supresión de la doble pena e incluso la prohibición de los expulsiones forzadas.

 

Traducido por D.M. Ruiz García.


Source : Les mots sont importants.


[i]L'esprit frappeur”es una editorial francesa fundada en 1997 que publica ensayos sobre temas políticos de actualidad y algunos textos literarios como la novela “Le feu sous la soutane” (El fuego bajo la sotana) del escritor ruandés Sehene Benjamín.

 

[ii] Se trata de Chirac (en 1976), Barre (en 1978), Giscard d’Estaing (en 1991), Mitterrand (en 1989), Chirac (en 1991) y Fabius (en 1984).

[iii] J.-M. Le Pen, National Hebdo, 15/09/1994

[iv] Varias razones han sido propuestas por los dirigentes socialistas para explicar este apaciguamiento, a menudo repetidas tal cual por los periodistas o intelectuales:
- la división del Frente Nacional y su declive electoral;

- "El efecto mundial";
- el nuevo crecimiento;
- y, finalmente, el genio político de Lionel Jospin quien, al no derogar las leyes Pasqua, habría “desapasionado”  el debate sobre la inmigración.
Algunas de estas explicaciones son más pertinentes que otras, pero ninguna llega a ser realmente satisfactoria. Sin duda, el fracaso parcial del FN en las elecciones de 1999 y 2001 en efecto ha calmado a algunos electos, pero este fracaso parcial por sí solo no puede anular veinte años de lepenización de las mentalidades.

 

Además, sin lugar a dudas, las nuevas demandas de mano de obra han provocado el cambio del discurso de la clase dominante: desde Jean-Pierre Chevenement hasta Edouard Balladur o Alain Juppé, todo el mundo se ha puesto de acuerdo para rechazar el principio de  la"inmigración cero" y para defender una cierta apertura de las fronteras. Pero esta apertura sigue estando sujeta  a las "necesidades de la economía" - o más precisamente a las exigencias de la patronal. Así no se oyen tanto discursos llenos de odio, pero se mantiene el desprecio, como también las discriminaciones: lo que necesitamos es la mano de obra y no ciudadanos iguales en derechos.

 

En cuanto al "efecto Mundial", no podemos esperar mucho de ello. Sobre este punto, cf. P. Tevanian, El racismo republicano, capitulo. IV, 1: "El regreso de Francia multicolor".
Podemos decir lo mismo sobre el consenso. Porque por muchos esfuerzos que Patrick Weil y Jean-Pierre Chevènement hayan hecho para producir una ley consensual, es decir, aceptable para la derecha , el debate sobre la reforma del derecho de los extranjeros ha sido en realidad mucho menos consensual que el que había acompañado en 1993 el voto de las leyes Pasqua. Debemos rendirnos a la evidencia: el período de máximo consenso (1991-1995) es en realidad el momento en que las encuestas de opinión muestran el rechazo más fuerte de los inmigrantes. Y es, al contrario, a partir de 1996 que ha habido una cierta apertura de la opinión - es decir, después del movimiento de l*s sin-papeles de Saint Bernard, el que obligó a los partidos de izquierda a comprometerse y a romper el consenso.

Y si esta apertura continuó durante y después de la aprobación de leyes Chevènement fue una vez más debido a la disensión. Las actualidades de los años 1997-1998 se caracterizaron precisamente por unos debates muy acalorados, por una parte entre el gobierno y la oposición de la derecha, pero también y sobretodo entre el gobierno y la oposición de la izquierda: una parte de los comunistas y de los Verdes, varias asociaciones, y sobretodo los colectivos de sin-papeles y l*s que l*s apoyan. Lo que ha abierto los ojos y la mente de la "mayoría silenciosa" no ha sido el consenso, sino más bien el disenso y el acceso de l*s sin-papeles a la visibilidad.

 

[v] J.-C. Barreau, Le Monde, 28/04/1995

[vi] Se trata de Patrick Weil y de Pierre-André Taguieff, en Esprit en 1990, y luego en Libération, por ejemplo el 07/10/1997

[vii] Se trata respectivamente de A. Finkielkraut, M. Agulhon, A. Glucksmann, J. Tarnero. Cf. P. Tevanian, Le racisme républicain , capitulo VI, 2 : « Clarté, fermeté, laïcité »

[viii] Se trata de la portada del  Nouvel Observateur (del 05/10/1989), de L’Évènement du jeudi, del Express y de La Vie (septiembre de 1994).

[ix] J.-P. Chevènement, Circular citada en Charlie-Hebdo, 26/08/98

[x] Cf. Plein droit’, n°27, « Dénoncer et expulser », mayo de 1995, y Causes communes, « Le pouvoir du guichet : réalité du traitement des étrangers par une préfecture », abril de 2000

[xi] Sobre estos puntos que hemos tratado, cf. P. Tevanian, Le racisme républicain , capitulo II, 2 : « Topiques du discours gouvernemental ». Para un análisis critico del conjunto de la legislación, cf. D. Fassin, A. Morice, C. Quiminal, Les lois de l’inhospitalité, La découverte, 1997, y Plein droit, n°47-48, « Lois Chevènement : beaucoup de bruit pour rien ? », enero del 2001. Sobre las garantías de  no ser expulsad*s, cf. P. Tevanian, S. Tissot, Mots à maux, articulo « Ordre public », op. cit., 1998, y  B. Aubrée, Remarques sur les commissions d’expulsion.).

El autor, empleado de la DDASS (Dirección Departamental de los Asuntos Sanitarios y Sociales) y habiendo formado parte de una Comisión de Residencia, describe la utilización aberrante que hace la administración de la noción de « amenaza al orden  público”, y cuenta cómo acabó por dimitir.