QUINTA CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE ESTUDIOS EN ISLAMOFOBIA
Sobre islamofobia, fascismo y un antifascismo cómplice
Intervención de Houria Bouteldja en la quinta conferencia internacional sobre islamofobia en Berkeley (17 de abril de 2014).
Una vez más, gracias a los organizadores por esta invitación. También quiero agradecer sus esfuerzos para celebrar esta extraordinaria conferencia. Como cada año, voy a hablar en nombre del Partido de los Indígenas de la República (PIR). No obstante, esta vez también hablaré como representante del colectivo Madres Todas Iguales (MTI) que pertenece al PIR. El MIT lucha por la derogación de una circular que no permite participar a las madres con velo en las excursiones escolares. Si esta noche tomo la palabra en nombre del MIT es para dar a conocer y denunciar esta discriminación injusta contra estas madres y sus hijos.
A modo de introducción me gustaría empezar diciendo que la situación en Francia y en Europa es preocupante. Observamos que la crisis económica ha ayudado, en todo el continente, al aumento inquietante de fuerzas de extrema derecha, fascistas o neonazis. Estos nacionalismos radicales son cada vez más desinhibidos. Uno de esos partidos participa democráticamente en diferentes procesos electorales y se institucionaliza con total tranquilidad. El Frente Nacional francés (FN) es la tercera fuerza política del hexágono y su presidenta es una mujer férrea que no oculta sus ambiciones hacia la presidencia del país. Para alcanzar este objetivo no se detendrá ante nada con tal de que su partido parezca respetable. Y lo está consiguiendo de forma admirable. Hay que reconocer que esta tarea le es facilitada. En efecto, la islamofobia –y más exactamente el racismo de Estado antimusulmán– es un deporte nacional. El campo político blanco que va desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda está contaminado. Es necesario, sin embargo, ser precisos en nuestro análisis.
La islamofobia institucional no es un producto de la extrema derecha. Es un producto de la socialdemocracia representada, en primer lugar, por la izquierda institucional (el Partido Socialista) y la derecha republicana. Uno de los símbolos intelectuales de esta socialdemocracia es el filósofo Alain Finkielkraut, quien acaba de ingresar en la Academia Francesa. De hecho, podemos interpretar esto como una recompensa que le ha hecho Francia por los servidos prestados. Él es, en efecto, un ilustre islamófobo, uno de los peores neoconservadores de los últimos diez años. Y también un gran sionista. Francia sabe reconocer a sus grandes hombres. Finkielkraut, quien ha sido elegido para ocupar la silla de Félicien Marceau, deberá pronunciar un discurso en su honor. Este académico es ilustre por sus actividades antisemitas y pronazis que le valieron, en enero y octubre de 1946, una condenada a 15 años de trabajos forzados y ser privado de su nacionalidad por el Consejo de Guerra de Bruselas. Espero su discurso con cierta impaciencia...
Es entonces, durante la administración de la derecha republicana, cuando se aprueba, con el apoyo de la izquierda institucional, la ley islamófoba de 2004. Precisamos igualmente que la izquierda de la izquierda –institucional (PC) o no–, a la vez anticlerical, colonial y eurocéntrica, participó largamente del clima islamófobo y, en gran medida, sostuvo dicha ley. Algunas veces cuando no la han apoyado abiertamente, no la han combatido (salvo contadas excepciones). Además, dejando a un lado pequeñas minorías como el grupo Acción Antifascista (AFA), el Colectivo Antifascista París-Banlieue o el conocido como Libertarios contra la Islamofobia1 (quienes suscitaron debates muy virulentos en la comunidad libertaria), una gran parte de la franja más radical y antifascistas de la izquierda francesa continúa sospechando de los musulmanes y de las mujeres con velo y continúan repitiendo el mantra «ni Dios ni Amo». Este lema revolucionario pudo ser pertinente en el pasado, cuando la Iglesia ocupaba el poder, pero hoy resulta ridículo, cuando sabemos que el islam no es una religión de Estado y es, sobre todo, la religión de los nuevos proletarios, de las clases subalternas, de los más pobres (a quienes los antifascistas pretenden defender).
El pasado mes de junio, tuvieron lugar en los suburbios de París una serie de agresiones contra mujeres veladas por parte de algunos grupos de extrema derecha que suscitaron muy pocas reacciones; solo fueron atacadas las mujeres y una de ellas incluso perdió a su bebé. Los antifascistas apenas han reacción; solo lo ha hecho una pequeña parte de las feministas. En el mismo periodo, un joven antifascista blanco, Clément Méric, fue agredido y asesinado por esos mismos grupos de extrema derecha. La reacción fue inmediata y la emoción pronto alcanzó una dimensión nacional. Es cierto que se trataba de un asesinato. Aquí no pretendo poner en duda la legitimidad de la rabia que se apoderó de los movimientos antifascistas. Sin embargo, se constató que, mientras los círculos de izquierda, antifascistas y antirracistas se movilizaron fuertemente para protestar contra el asesinato de Clément Méric en todas las grandes ciudades francesas, estuvieron terriblemente ausentes en las protestas organizadas por los musulmanes. Es un hecho amargo, pero no es nuevo. Voy a proponer aquí algunas explicaciones para comprender este estado de cosas2:
· La mayoría de los antifascistas no consideran el antirracismo como un combate político, sino como un combate moral. De tal manera que no comprenden que el antirracismo es una lucha contra una opresión institucional y no contra unos sentimientos difusos portados por algunos individuos malintencionados. Estas luchas engloban los movimientos anticoloniales, el combate contra el apartheid en África del Sur y contra la segregación en los Estados Unidos. La mayoría de antifascistas no comprenden esta unidad.
· La mayoría de los antifascistas no comprenden que las luchas descoloniales de las poblaciones poscoloniales son un componente principal del combate contra el fascismo. Es necesario tratarlo como un movimiento con su propia agenda, sus prioridades, y no como una especie a proteger.
· La mayoría de los antifascistas no comprenden que los musulmanes son víctimas y que el islam es una religión dominada tanto en el interior de las democracias liberales de Occidente como en el exterior, en el marco de las relaciones imperialistas. En cambio, ven el signo del fascismo en las manifestaciones de «conservadurismo» o de «dogmatismo religioso». Estos son algunos de los atajos, y son eficientes.
El resultado de esta situación es que no hay una solidaridad espontanea entre antifascistas y antirracistas; a veces, incluso, entran en conflicto. En el pasado ha habido algunas colusiones entre antifascista e imperialistas contra las luchas de independencia. He aquí tres casos ejemplares:
· En 1937, en Francia, el Frente Popular, nacido en el crisol del antifascismo como un poderoso movimiento popular representante de las clases trabajadores, disolvió la Estrella Norteafricana, quien luchaba por el fin del régimen indígena y por la independencia nacional de Argelia. La razón fue que la Estrella Norteafricana había tenido algunos contactos con los fascistas. Lo cierto es que, en lo colonial, el Frente Popular apenas era reformista y, desde luego, nada revolucionario. Recordemos que el proyecto de ley Blum-Viollette pretendía otorgar el derecho a votar a 20000 indígenas (¡y a ninguno más!), aunque no llegó a ser aprobado por el Senado3; el Código de los Indígenas ni siquiera fue rozado. Aunque los antifascistas no reivindican explícitamente esta experiencia, el Frente Popular es un caso ejemplar de un antifascismo «por arriba» que es necesario recordar para romper definitivamente con su forma reformista y, por tanto, colonial. Messali Hadj advirtió: «Un gobierno de Frente Popular deberá abandonar la política de la raza privilegiada que hasta ahora ha inspirado toda la legislación y organización administrativa de las colonias»4.
· Un segundo ejemplo de malentendido entre los antifascistas y los anticolonialistas: los antifascistas europeos ayudaron en la lucha contra la Alemania nazi, en colaboración con los Estados respectivos. Numerosos anticolonialistas del Magreb y de África no quisieron participar porque no comprendían por qué tenían que restaurar el imperialismo democrático.
· Último ejemplo: Estamos en el época del Frente Popular en España, entre 1936 y 1939. La hostilidad del gobierno a las reivindicaciones nacionalistas marroquíes es tal que provoca la indiferencia de los marroquíes ante el golpe de Estado franquista. Algunos incluso llegaron a combatir en las tropas franquistas. Durante el gobierno del Frente Popular no solamente no se realizaron cambios notables en la política colonial, sino que éste se privó así mismo de un apoyo poco común, el pueblo marroquí, que habría podido cambiar la situación de cara al franquismo.
Aquí vemos que el interés de clase de los proletarios y antifascistas europeos no se corresponde con los intereses de los condenados de la tierra.
Es posible superar estos antagonismos porque resulta evidente que el fascismo es enemigo de poscoloniales, de musulmanes y, también, de las clases populares blancas y no blancas. Por eso es necesario articular antifascismo y anticolonialismo; antifascismo y antirracismo. Sin embargo, todo esto se queda en teoría si el antifascismo no es descolonizado. Es urgente que los antifascistas hagan su aggiornamento, es decir, que se enfrenten a su blanquitud (dicho de otra manera, a sus intereses de raza), porque siempre que focalizan toda su energía contra la extrema derecha descuidan dos cuestiones prioritarias: la transformación de la izquierda y las alianzas con aquellas y aquellos que se llevan la peor parte del racismo y que son los principales blancos del fascismo. Peor que eso, serán cómplices del fascismo si, desde lo alto de su fachada de radicalidad, pretenden lo contrario. Ahora bien, si dicen «hoy vamos a establecer algunas alianzas con algunos barbudos, algunas mujeres con velo, e incluso con las mezquitas…», podrían quedar conmocionados. Evidentemente, somos muy conscientes de ello. Por eso sabemos que las alianzas se construyen bajo presión y en relación de fuerzas, lo que significa crear nuestra propia existencia política para inventar nuestras alianzas. Como decía Abdelmalek Sayyad, un gran sociólogo argelino: «existir es existir políticamente».
Me gustaría concluir con un deseo. El año pasado esta conferencia fue una declaración para denunciar el aumento de la islamofobia en Francia. Esta declaración fue seguida por la celebración de una conferencia internacional en Francia el pasado mes de diciembre con un gran éxito. Espero, sinceramente, que esta experiencia se repita y que nos volvamos a encontrar allí. Esta conferencia tuvo efectos saludables en Europa ya que organizaciones británicas, holandesas, belgas y alemanas siguieron el ejemplo francés y organizaron mítines políticos del mismo tipo en ese mismo periodo. Además, no puedo dejar de agradecer a Hatem Bazian y Ramón Grosfoguel, aquí presentes, su dedicación y entrega con nosotros. Espero de todo corazón que esta colaboración entre Berkeley y los movimientos antirracistas franceses continúe y crezca. Gracias.
Traducido del francés por Francisco Fernández.
1“¡Libertarios y sin concesiones contra la islamofobia!”. Disponible en francés: http://www.bboykonsian.com/Libertaires-et-sans-concessions-contre-l-islamophobie-_a2635.html
2 Este análisis está inspirado en la intervención de Félix Ewanjé-Epée y Stella Magliani-Belkacem, “¿Qué antiracismo para qué antifascismo?”, con motivo del sexto Encuentro interdepartamental por un futuro sin fascismos, el 19 de enero de 2013 en Voiron. Una iniciativa de Ras L’Front Isère.
3 Artículo de Messali Hadj a propósito de la disolución de la ENA, publicado en La Izquierda Revolucionaria, nº 15, 1 de marzo de 1937. Disponible en francés: http://indigenes-republique.fr/58208/
4 “Las reivindicaciones de las libertades públicas en el discurso político del nacionalismo argelino y en el anticolonialismo francés (1919-1954)”. Disponible en francés: http://insaniyat.revues.org/6387